Uno de los datos más preocupantes cuando se analizan las estadísticas sobre obesidad en el mundo es su crecimiento, también imparable, entre los niños. Desafortunadamente, los obstáculos para combatir esta tendencia son numerosos y difíciles de superar. Y los resultados de las estrategias seguidas al respecto son muy poco halagüeños. Lo cierto es que no hay intervenciones significativamente exitosas en la prevención de la obesidad infantil a largo plazo ni estrategias que se hayan demostrado especialmente eficaces.
Pero no hay que ceder, ya que si queremos asegurar a nuestros hijos un futuro mejor, la lucha contra la obesidad infantil debe ser una de las batallas prioritarias, planteando políticas e intervenciones sólidas y firmes, como cuento en “La guerra contra el sobrepeso” y como también recientemente ha publicado la OMS en su informe “Ending Childhood obesity”.
De cualquier forma, mientras instituciones y políticos siguen trabajando por diseñar y desplegar políticas eficaces, nosotros tenemos que educar día a día a nuestros hijos, procurando que coman lo mejor posible. Y con mucha frecuencia una de las cosas más complicadas es conseguir que coman ciertos alimentos saludables. La mayor parte de los padres conocen la dificultad de conseguir que consuman habitualmente algunos de ellos, como por ejemplo las verduras y hortalizas, probablemente porque hoy en día están demasiado acostumbrados a los alimentos que les aportan sensaciones más placenteras y satisfactorias, como por ejemplo aquellos que suelen estar bien cargados de azúcar como galletas, bollos, cereales de desayuno o bebidas azucaradas. ¿Quién va a querer comer lechuga después de probar los Choco Krispis?
¿Y qué podemos hacer en nuestras casas y en nuestro día a día para conseguirlo? Lamentablemente todavía hay poca ciencia que nos ayude a responder a esta pregunta, pero podemos encontrar algunos estudios de cierto interés.
Por ejemplo, ¿qué tal intentar convencerles de que los vegetales son muy saludables? Si somos capaces de transmitirles esa idea, utilizando su lenguaje, haciéndoles ver que comer ese tipo de alimentos les ayudará a estar más fuertes y sanos, quizás se inclinen más por comerlos. Muchos lo hemos intentado una y otra vez, incluso llegando al marketing del miedo: “come las zanahorias o te pondrás enfermo”. Pero ¿funciona esta táctica?
Un estudio publicado en la revista Journal of Consumer Research nos puede dar pistas al respecto. Se trata de “If it’s Useful and You Know it, Do You Eat? Preschoolers Refrain from Instrumental Food” (2014) y sus autores hicieron varios experimentos en este sentido, con un grupo de casi 300 preescolares (3 a 5,5 años). En cada experimento ofrecieron varios tipos alimentos (entre los que había vegetales, en concreto zanahorias) y utilizaron diversos recursos didácticos sobre dicho alimento, adaptados a su edad, para transmitirles ciertos mensajes, relacionados con su utilidad y beneficios para la salud, utilizando personajes (niños) con los que ellos pudieran sentirse identificados.
En resumen, para promover una alimentación saludable con nuestros hijos deberíamos hacer sobre todo cuatro cosas:
Poner alimentos saludables a su disposición, sin intentar “vendérselos”.
Preparárselos apetecibles (y mejor si nos ayudan a prepararlos).
Dar ejemplo y comerlos también nosotros.
Alejarles de los no saludables (y de su información).
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