Ya sabemos que tanto hombres como mujeres de todas las edades se benefician de la práctica regular de actividad física, por un lado mejorando la calidad de vida y por otro reduciendo el riesgo de mortalidad prematura (en particular el riesgo de enfermedad coronaria, hipertensión, diabetes, determinados tipos de cáncer, etc.).

Es por ello que actualmente hasta la Organización Mundial de la Salud reconozca la inactividad física como uno de los factores de riesgo globales de morbi-mortalidad.

Una cuestión que nos hace reflexionar es que la mayoría de los estudios que se han centrado en considerar la importancia del nivel de fuerza como factor predictor de mortalidad prematura lo han hecho tomando como referencia la fuerza prensil de la mano mediante un dinamómetro. Algunos otros pocos estudios han considerado otras medidas como valores de fuerza máxima (1RM en prensa de piernas y/o press banca, extensión de rodilla, u otros isométricos de la máxima contracción voluntaria). Es cierto que desde el punto de vista operativo este procedimiento permite poder tomar miles de medidas de forma relativamente sencilla y con uno índices de fiabilidad test-retest altos (4). Sin embargo, no sabemos si otro tipo de medidas de las prestaciones de fuerza (fuerza explosiva, potencia máxima, por ejemplo) y de otros músculos diferentes a los del brazo podrían haber aportado los mismos resultados –y por tanto las mismas conclusiones- que los comentados. Tampoco conocemos qué nivel de fuerza mínimo debe desarrollarse para obtener el suficiente beneficio preventivo sobre el riesgo de mortalidad por todas las causas, ni tampoco creemos que exista una relación directamente proporcional entre dicho valor y su rol preventivo-protector.

Un nivel de fuerza y masa muscular bajo debe considerarse un factor de riesgo emergente para las principales causas de muerte en la edad adulta. Por tanto, podemos concluir que la fuerza muscular tiene una papel o influencia independiente e indirecta muy importante en la prevención de muchas enfermedades, incluso más que la masa muscular, aunque ambos factores están relacionados.

Así pues, a este respecto cabría destacar que el beneficio del entrenamiento de fuerza, frente a la heterogeneidad mostrada ante la aplicación de estímulos similares -aún siendo consciente de que dicha variabilidad puede venir influenciada por una inadecuada definición y control de las variables- no es excusa ante el hecho de que no existen individuos “no respondedores” y que cualquier tipo de población se beneficia de un adecuado entrenamiento de fuerza que debería ser recomendado y prescrito sin ningún tipo de restricción.

Mecanismos protectores que explican los efectos positivos del entrenamiento de la fuerza sobre la morbi-mortalidad (Volaklis et al., 2015).

  • Mejora de los factores de riesgo cardiovascular (presión arterial, grasa corporal, lípidos en sangre
  • Reducción de la resistencia a la insulina
  • Mejora de la función y calidad muscular
  • Incremento del metabolismo basal
  • Reducción del riesgo de caídas
  • Prevención de la pérdida ósea con la edad
  • Reducción de la inflamación sistémica
  • Mejora de la función cognitiva

FUENTE: http://iicefs.org/es/

Guillermo Peña García Orea

Juan Ramón Heredia Elvar

Instituto Internacional Ciencias Ejercicio Físico y Salud.

 

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